Ensayos

Pepita Turina

 

SOMBRAS Y ENTRESOMBRAS DE LA POESÍA CHILENA
Editorial. Barlovento, Santiago de Chile 1952, pp. 74.

 

Introducción

          La poesía no puede explicarse; no puede hacerse eso racionalmente, como lo quisieran algunos para su comodidad. La poesía no debería explicarse. Está ahí, por sobre y por bajo el universo de la mente, adquiriendo un cuerpo proteico multiforme. Y el poeta, que está en permanente pie de conquista, trata en todo momento de arrasar las palabras, de arrancarles nadie sabe bien qué; su emoción, su belleza, su musicalidad, su fondo filológico, y nos entrega ese don que se llama verso y que es uno de los tantos misterios humanos.

          Cuando el poeta logra hacer un poema, él es el único dueño de su propio universo. Tal entonces la grandeza de un Walt Whitman que pudo hacer un poema sin principio ni fin, con todos esos materiales que no constituyen un poema, pero que lo es porque el poeta lo ha creado. Y el poeta de hoy, con una potencia desconocida ayer, se sitúa en la ciencia tanto como en la conciencia y en la subconciencia.

          A los poemas de hoy, por lo que aparecen de ininteligibles para la costumbre, se les niega valor, trascendencia, comprensibilidad.

          El arte de hoy es trascendente desde el artista mismo y su mundo interior. Todo queda incorporado a él, Nada está fuera de él.

          No sólo los clásicos y los románticos poseían el cartabón de las verdades humanas y poéticas.

          No interesa el pasado repitiéndose; no interesa una distancia del pasado que es un hecho mental pre-imaginado, pre-establecido y ya exhausto, Bien pintó Murillo y magníficamente bien escribió Cervantes, pero ya no usamos exteriormente gorguera de encajes ni tampoco armadura; ya también sensitivamente nos vestimos de otra manera.

          Siempre ha interesado de verdad al artista su época, al contemporáneo su época, en la que coexisten — según José Carlos Mariátegui — el alma de la revolución y el alma de la decadencia.

          Refiriéndose a poetas chilenos se podrían inscribir tantos nombres presentes y pasados, también presentes y olvidados. Cada antólogo abre o estrecha márgenes. No he abierto el viejo "baedeker"* de los antológos para coger, desde muy lejos, la historia literaria de Chile. No he querido cansarme ni cansar, recorriendo cien años y su lastre de retórica y pragmatismo literarios. No abriré ninguna puerta para airear las húmedas y entelarañadas habitaciones coloniales. Allí estuvieron Alonso de Ercilla y Zúñiga y sus trotantes e incansables octavas reales, el autóctono Pedro de Oña, el hispano Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, el histórico Jerónimo Hurtado de Mendoza y Quiroga, y los frailes Ovalle, Lacunza, Oteiza y López y el destacado y hábil fray Camilo Henríquez.

          ¿Qué mérito propio de originalidad se le podría asignar a la lírica chilena de 1800? Es la leyenda de la patria; desde lo épico de las guerras de Arauco, y su exaltación, hasta 1810 y su postindependencia política, para llegar al romanticismo a lo Byron o a lo Alfred de Musset, cuando no a lo desolado de Leopardi.

          Después vino el tiempo en que el ala, rubendariana ensayaba su vuelo audaz que impulsó, entusiasta, a tantas alas menores que agitaron orquestalmente rimas y ritmos.

          Se podría recordar a tantos.

          Pero ahora, partiendo desde unos años sin cosas. Nos entregamos menos al azar de los conocimientos que a lo que sentimos que nos falta y que nos produce una satisfacción o una manera de sentirnos menos vacíos.

          El contenido de un estudio sobre poetas, reclama, acaso, un contenido poético y el desintegramiento explicativo de la poesía de los poetas.

          Yo digo: les conozco, les he visto, los he leído, los he estudiado, ¿El todo? Un resultado, pero no matemático. No creo en las verdades absolutas. No somos ni verdaderos ni absolutos. Siendo indivisos, formamos parte ineludible de la palabra multitud, Y nuestra indivisibilidad es eternamente multiplicativa. Por lo mismo, a nadie impongo la seguridad de una convicción. Un verso no es explicable; tampoco un ser, en las medidas exactas e indudables que quisieran exigirse.

          Yo he tenido de estos poetas un conocimiento progresivo premeditado e impremeditado, La impremeditación venía desde que, sin pensar cogerlos para estudiarlos, ni menos para hablar de ellos; cuando todavía no estaban elegidos como tema, los conocía ya; sus aspectos físicos y espirituales me habían rozado. La premeditación vino cuando hubo una transición en mis observaciones y traté de captar más; cuando seguí el proceso directriz de iniciar la búsqueda de lo conocido para superconocerlo.

          Perteneciendo a la generación actuante, son seres alcanzables por todas las tenazas sensibles que actúan frente a quienes pertenecen a nuestro tiempo y están, como se dice corrientemente, al alcance de nuestra mano.

          La razón de un poeta en sociedad no tiene, seguramente, una razón práctica. Se puede, indudablemente, prescindir de la poesía; también se puede prescindir del vino, de la seda y de los manjares selectos. Pero no. No olvidemos que el poeta desempeña un papel glorioso. Aprisionador de lo que se desvanece, de lo que ni siquiera existe para muchos, nos enseña a sentir acontecimientos poéticos que tienen una materia extraña de realidad,

          Las palabras son sombras de sueños, reflejos extraños del pensamiento y de la realidad. Las palabras más claras no entregan mayor expresión; casi diríase que estorban la autenticidad de lo que está aconteciendo o de lo que ha acontecido. Y el mayor riesgo de las palabras es el caos. ¿Cuál puede ser la posibilidad expresiva de los grandes sensitivos, de los grandes intuitivos, de los grandes imaginativos, de los grandes vividores? La vestidura de las palabras es solamente lo que engaña y lo que guía.

          La poesía, por lo mismo, no pretende responder preguntas, y menos preguntas del hombre común. No todos tienen anhelo de belleza y expresión. La poesía es un lujo de ciertos espíritus. Y el trance poético son momentos álgidos que no quieren morir y se transforman en poesía. Y pueden ser también momentos de pesadilla. En el escritor arden los recuerdos y persisten los mensajes de llama y el lenguaje y los vocablos crepitan sin saber a veces lo que entregan. Sólo el que se ha acercado alguna vez al fuego, conoce la quemadura de lo que arde y aprende cómo una llaga es conocimiento. Nunca, creo, una poesía alegre será obscura. Es la tragedia la que tiene voces nocturnas y secretas, voces difíciles por soterradas,

          Y los poetas obscuros son los poetas desilusionadores que entregan las ásperas bellezas difíciles. Su manera de exponer parece una deformación. Las zonas espirituales de estos poetas no se comunican con las nuestras por medio de señales fáciles, y no nos tienden alfombras de flores para que nos acerquemos, sino caminos subterráneos que amedrentan, y que impresionan como feos e impenetrables a los que carecen de cerebros de luciérnaga; es decir, con irradiaciones de luz propia o con antenas especiales con las que se nace o se puede desarrollar.

          Ninguna tiniebla poética es tan rotunda para que el ojo atisbador no se acostumbre y empiece a distinguir la morada del poeta, a familiarizarse con ella y a encontrarse con él mismo que le tiende la mano y lo guía.

          ¿Por qué predisponerse a ser recalcitrante y no esperar ese lapso en que uno se acostumbra a la tiniebla y empieza a distinguir objeto y sujetos, como cuando se entra a un cine a obscuras y se busca donde puede uno situarse?

          Quien no se aproxima a la tiniebla no descubre nada, Caminando entre ella se aprende que la tiniebla tiene razones y expresiones y que cualquiera puede acostumbrarse a la obscuridad, hasta que distingue parte o todo lo que hay en ella, y que, a lo menos, ya no es definitiva obscuridad sino penumbra. Así se podría decir de los poetas difíciles: no son enteramente obscuros, sino penumbrosos.


1. Introducción - 2. La intelectualidad y la filosofía de Humberto Díaz Casanueva - 3. El sentido espiritual de Rosamel del Valle - 4. La angustia metafísica de Antonio de Undurraga - 5. La espontaneidad de Juvencio Valle - 6. La fantasía marina de Jacobo Danke - 7. La intuición de Chela Reyes - 8. La delicadeza y armonía de María Silva Ossa - Index

* Baedeker: Serie de manuales para el viajero llamadas Guías Baedeker, que cobró fama por su veracidad y ecçxcelencia, este término suele aplicarse a cualquier guía del viajero creada por Karl Baedeker

 



 

© Karen P. Müller Turina