Artículos

Pepita Turina

LAS CUATRO MEMORIAS DEL PIANISTA ARRAU.
[La memoria sonora—la memoria digital—la memoria óptica—memoria automática de los músculos].
Revista Zig-Zag, Año XXXV, Nº 1793, Santiago de Chile, 3/8/1939, s/n/p [74-75].

          COMO SE VE en el león la potencia de su garra, como se ve en el atleta el desarrollo de los músculos, así uno quiere encontrar de inmediato la señalización de la potente calidad musical con que Claudio Arrau se ha ubicado en el mundo. Y en la figura de este joven delgado, rubio y suave, cuyo parecido físico, a pesar del pequeño bigote, se acerca hoy  más a sus dieciocho años que hace diez, uno va en pos de constatar el vestigio externo  de su capacidad prodigiosa y selecta.

          Llevando en el pensamiento, como dato principal, la memoria minuciosa y profunda de Claudio Arrau, la primera resolución en su presencia es que nos ayude a resolver y a auscultar cómo memoriza.

          La música es metafísica, si, pero necesita del vigor físico, de capacidad material; el músculo, el cerebro entran en la zona irradiante de la metafísica musical.

          —Yo desarrollo cuatro formas en la memorización —explica—: la memoria sonora, la memoria digital, la memoria óptica y también la que podría llamarse memoria automática de los músculos. Y desde luego, como total, la memoria matemática y analizadora, la identificación y el saber por qué es así y no es de otro modo. Uno no retiene, guarda y utiliza exclusivamente el recuerdo del sonido. Tratándose de óptica, por ejemplo se tiene visión de la escritura, hasta del compás preciso en que la música cambia de página.

          Escudriñando más en su sistema de memorización, define sus etapas: primero, el sistema rápido y muy fácil de aprendizaje superficial. Aprende de memoria un trozo o una pieza, y luego lo deja. En una segunda dedicación, después, de una especie de abandono y olvido, vuelve al repaso del primer aprendizaje. Y a la tercera o cuarta vez, lo lleva al público. Siempre se proporciona antes estas antesalas de seguridad.

          —De las 32 Sonatas de Beethoven, que es su último portentoso aprendizaje y lucimiento en el sentido mnemotécnico, ¿tiene alguna predilecta?

          —Todas las últimas sonatas, muy especialmente la última, op. 11. También la op. 106 es de mis favoritas —contesta.

          —Cómo aquí en Chile aquellas tres Sonatas de Beethoven, que se denominan "La Patética", "La Apasionata" y "El Claro de Luna", son las más conocidas, vulgarizadas y predilectas?

          —Sí. Deben ser por los nombres…—especifica, casi riendo.

          De repente, ante la pregunta de si pasan los días sin que él se siente al piano, destruye la arraigada idea del público en general, de que los grandes ejecutantes practican un trabajo infatigable, diario, inabandonable, de horas y horas de estudio.

          —Hace tres días que no toco una nota. Y a veces pasan ocho días. Que no vayan a creer los estudiantes por esto que no se necesita estudiar —recalca—. El que tiene la naturalidad del animal para tocar, y está seguro de su instinto y de su vitalidad, necesita retirarse de la música para volver a ella con descanso y sin el más mínimo grado de capacidad ni soltura perdidas. Cuando uno se aleja de la música, así en esa forma, con intervalos perfectos de silencio, hasta olvidarse que uno es músico, la música se forma psicológicamente más importante dentro de uno, y libertándolo, logra asentarse en el subconsciente. El que estudia nada más que en el instrumento se deja llevar demasiado por la función de los dedos, por la función mecánica, y esto impide penetrar hasta el fondo el sentido de las obras. Yo para mis recitales, la anticipación más cercana no la hago sentándome al piano. Miro la música, la pienso, me identifico con ella por contemplación silenciosa.

          Por medio de sus discípulos, Rudi Lehman y Kleboff, un ruso, quiere llegar a la influenciar, poco a poco a la juventud musical de Chile. Esos dos discípulos nombrados han comprendido muy bien la manera suya. Y él, en el mes que piensa quedarse aquí, iniciará unos cursos que ellos continuarán.

          Claudio Arrau esta vez no hará giras por provincias. Irá solamente a Valparaíso. A Chillán no quiere ir; quiere guardar el recuerdo de lo que fue y no sufrir lo que es. Volverá el año próximo con su asociación de música de cámara que tiene formada en Europa con los admirables músicos alemanes Hermann Hubel, violinista y Hans Münsch-Holland, violoncellista.

          Para los que quieran saber de Claudio Arrau León, no sólo en lo que a música se refiere, va este corolario:

          Le pareció interesante actuar en el cine. Lee mucho, porque como pasa en vehículos de viaje, barcos, ferrocarriles, le sobra más tiempo del que cualquiera puede imaginar. Se casó, hace dos años, en Alemanias. Su mujer es alemana, y tienen ya una hijita, que quedó allá. Ha venido esta vez solo con su compañera.

          —Con su matrimonio, el asedio de las mujeres habrá disminuido…

          Por toda respuesta insinúa su habitual sonrisa discreta y suave.

          Diciéndole que las mujeres no asedian y festejan precisamente a los artistas por admiración, por comprensión o sensibilidad de su arte, sino simplemente por el deseo de rozarse o lucirse, o decir que han estado con una celebridad, o hacerse ver al lado de los que valen y producen curiosidad y expectación públicas, se demuestra en perfecto acuerdo con esa idea, y la corrobora. Asoma el recuerdo de que cincuenta condesas aseguran que habían sostenido entre sus brazos a Chopin moribundo…

          Definiendo el plano geográfico de sus viajes, dice que le falta conocer el Oriente.

          He aquí algunos aspectos de Claudio Arrau, que reaparece cada cierto tiempo en su patria que es también la nuestra. En cada ocasión, con orgullo de compatriotas, con orgullo de escritores, con orgullo de patriotismo que se distiende por todo lo ancho delante que no es exclusividad de ninguna patria; aquí, en este ámbito del mundo americano que es Chile, con sus peculiaridades y sus generalidades, debemos sentirnos satisfechos de poder redescubrir cada vez a Claudio Arrau en sus pensamientos, formas y concreciones espirituales que intentan darle al arte de la interpretación pianística el valor inconmensurable que, por lo tanto, nunca encuentra su propio límite. Metafísica como es, pensamiento en perfecta libertad de abstracción como es la música, no habrá de precisarlo, retenerlo, limitarlo jamás. Que cada artista que llega no sea sino el precursor naciendo eternamente.

 


Otros Artículos:

Cercanía y distancia de Domingo Melfi - Arte: El teatro experimental - Gabriela y sus recados (1946) - Gabriela y sus recados (1960) - Habla Juvenal Hernández - Pepita Turina descubre Chile - Recuerdos de la Librería Nascimento - Comentario de cine: El retrato de Dorian Gray - Entrevista con Mischa Elman - La amistad entre el hombre y la mujer - Entrevista con Armando Donoso - Walt Whitman, poeta de interrogación - Agradecimiento y dedicatoria literaria - Diálogo con Amanda Labarca - El bisabuelo de piedra - Jean Cocteau y su teatro - Julio Antonio Vásquez - La deliciosa y armoniosa Katherine Mansfield - La desterrada en su patria - La geografía y los yugoslavos de Magallanes - Las cuatro memorias del pianista Arrau - Un poeta del Maule


 



 

© Karen P. Müller Turina