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Pepita
Turina
ENTREVISTA
DE PEPITA TURINA
CON
EL PRIMER VIOLINISTA DEL MUNDO
Revista
Zig-Zag (semanal), Año XXV, Nº 1792, Santiago
de Chile, 27 de julio de 1939 p. [28]
[Mischa
Elman]
SU
FAMILIA ERA DE MÚSICOS. Mischa Elman tuvo por
juguete un violín y ahora el violín le ha dado
la fama,. Es ruso. Cuando se cansa de tocar
el violín, para descansar vuelve a tocarlo
El
día fijado para sus conciertos. Mischa Elman
no se prodiga, no da entrevistas, no tiene el
menor deseo de recibir a sus amigos. Quiere
y despliega su preparación y su amplitud exclusivamente
musicales.
Pero,
precisamente, en la mañana de un día fijado
para uno de sus conciertos, el periodismo rompe
su consigna.
A
través de la puerta de su departamento del Crillón,
el sonido de su violín es el que recibe primero.
Al
entrar cesan los sonidos musicales, que son
internacionales, y entonces se requiere del
idioma para el intercambio de otras expresiones.
Mischa Elman no sabe castellano; en cambio,
habla inglés, francés, alemán, ruso.
La
curiosidad periodística al entrometerse en su
intimidad no sólo empieza por estrecharle la
mano; busca, además, sus dedos izquierdos para
palpar sus yemas imaginadas duras por el trabajo
sobre las cuerdas. Nada, ni la más mínima dureza,
y apenas la tenue hendidura de una leve huella
acanalada: “menos que en la mayoría de los violinistas”,
interviene explicando Maurice Pawda, el pianista
ruso que le acompaña. La conversación empieza
sin premeditación al desgaire. Recordando mentalmente
lo leído en algunas revistas, diarios o libros,
hacemos un retroceso hacia la niñez de Elman.
Miramos atentamente aquel retrato que inserta
Espasa. Entonces Mischa, haciendo un mohín,
dice, simplemente: Uf, muchos años. Luego lo
movemos a que precise el primer instante de
su vida frente a un violín. Sabemos entonces
que lo fue en la casa de sus padres, con el
violín que pertenecía a su abuelo, en sus años
pueriles: lo rozaba, lo pellizcaba, movía una
a una las cuerdas, quería jugar a tocar el violín,
como veía en su hogar. ¿El ambiente de su casa
era musical? Efectivamente: su abuelo era violinista
y su padre también. Su madre tarareaba hermosas
canciones rusas, llenas de melancolía. No fueron
músicos connotados, pero persistía ahí como
perfume de música y goces, ¿Prosigue esa herencia
en los hijos de Mischa? Prosigue: su hija Nadia
de trece años, toca el piano ya; su hijo Joseph,
de diez, el violín. Están ahora ambos con nosotros;
la niña es rubia, muy gordita, cara redonda,
algo pecosa; el chico luce una amplísima frente,
es delgado y de color aceitunado. Los elogiamos.
El padre sonríe, y luego agrega que sus hijos
son bonitos, porque su madre es bonita. Un instante
más y somos presentada a ella: es una joven
delgada, blanca pálida. Viste con cierta elegancia
deportiva.
—Vea
—le digo, después de un reposo y del intento
de llevar la marcha de la conversación hacia
lo de antemano propuesto—, ¿cuáles son sus autores
favoritos?
—Bach,
Mozart, Beethoven —responde, lacónicamente.
—¿Prefiere
siempre, siempre el solismo?
—Cuando
hace falta el color de la orquesta no cabe la
preferencia del solismo, como en Beethoven,
por ejemplo. Yo he tocado mucho más solo que
con orquestas; pero he tocado con casi todas
las orquestas sinfónicas del mundo.
(Pensamos
que, en efecto, a los doce o catorce años ejecutó
con orquesta, en París, en la Sala de los Agricultores,
según nos cuenta un chileno—don Luis Arrieta
Cañas, en su nutrido libro de crónicas de arte—,
y fue la admiración de todos, aquel niño prodigio,
que sabía arrancar extraordinarios sonidos al
instrumento.)
Recordando
algunas anécdotas de juventud, cuenta haber
ejecutado en París, allá por 1905, cuando era
todavía un niño, el mismo programa que Kübelik:
éste lo tocó en la tarde y él lo hizo en la
noche. No había precedido entrambos absolutamente
ninguna conversación sobre el particular.
Después
de algunas anotaciones en nuestro carnet, se
expanden algunas preguntas generales acerca
de música y de los músicos. Nos dice, mirando
rápidamente a unos y a otros, cruzados sus brazos
cortos sobre su vientre abultado:
—En
mi la música es como un chorro de agua: no cesa
nunca; y, aunque conozco a casi todos los modernos,
creo que lo fundamental en música queda en los
clásicos. ¿Lo de ahora? Me gustaría vivir doscientos
años —agrega sonriendo—, para comprobar el proceso
de superación y duración en el tiempo y en la
historia de los músicos modernos. ¿Lo que yo
compongo? No le concedo a lo mío mayor valor.
Lo hago por una necesidad que no es la que me
mueve en todo instante. Yo compongo por impresiones
momentáneas e intento traducirlas al violín.
Soy ejecutante nada más. Encuentro mi mejor
expresión en ser intérprete y no creador; esto
para mi no tiene importancia.
Van
ya algunos minutos de conversación, tal vez
media hora. Hacemos un ademán en sentido de
que debemos llegar a término. Miramos a este
ruso, en cuya fisonomía no encontramos por ninguna
parte lo que para muchos debe ser un ruso, y
sobre todo, un ruso artista. No hay nada que
le precisa su nacionalidad. “El primer violinista
del mundo”, Mischa Elman. Miguel Elman, no tiene
ninguna diferencia física con el último violinista
del mundo; en cambio, se pareces muchísimo a
todos los alemanes. Mischa Elman, ruso, de una
pequeña ciudad, salió muy niño de su tierra
natal, y sólo regresó una vez para hacer su
servicio militar, del cual fue eximido por el
entonces Zar Nicolás II. ¿Le ha hecho falta
la Rusia? ¿Le hace falta la tierra natal a los
especialistas, a los artistas universales, a
los que conquistan gloria en otras tierras;
le hace falta a Mischa Elman, el primer violinista
del mundo? Mischa, Mischa..., hermoso nombre,
que alguna vez pudimos leer en las novelas de
Gogol o Gorki, de Dostolewski o Tolstol.
Hemos
estado, pues, conversando con el “primer violinistas
del Mundo”. Parece increíble.
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