PERFIL
DE PEPITA TURINA
Pepita Turina
En
la ciudad del sur, tímidamente fina,
lánguida y azul camina en su fragancia
y su cuerpo y su nombre andan; y ella fascina
como la lluvia, como la muerte, como la distancia.
Después
de tanta vida, después de tanta erranciam,
de
tanto resquemor, ahora que declina
el
mundo en nuestras venas, oh ferviente elegancia
cantemos
el prodigio de Pepita. Turina!
Suave,
enamorada del tiempo, compañera...
En
ella todo brilla del pie a la cabellera.
Y
como es la princesa de esta lluvia gris
le
pedimos al cielo en una letanía
de
que apresure nuestra armoniosa agonía
Ah,
Pepita Turina, cómo hacerte feliz.
!Mi
novela Un Drama de Almas (1934), remeció tanto
la vida de Valdivia y la mía, que hasta me dio marido.
Llegó de paso por, la ciudad un santiaguino. Escribía
y, por ello, se acercó al director del diario. Allí
le hablaron de la “rutilante” escritora. Quiso conocerme.
Y vino lo demás..
Los
amigos le decían:
—Tú
no viniste a Valdivia por turismo, sino por turinismo.
Y
qué sucedió años después.
En
una conmemoración de aniversario del Liceo. de Hombres
de Valdivia, que se hizo aquí, en el Círculo Valdiviano
de Santiago, en 1976, lo dije:
Aunque
Valdivia no es mi ciudad natal, por muchas razones
la llamo MI PUEBLO.
Valdivia,
a la que llamaron “la ciudad de madera” porque no
sólo sus casas sino también sus calles eran del material
de los árboles, es la ciudad donde me eduqué, donde
aprendí a tocar el piano, donde publique mi primer
cuento, escribí mi primera novela, dicté mi primera
conferencia y me casé la primera vez.
Viví
allí veinte años consecutivos. Fueron mis pies de
colegiala los que empezaron a transitar por esas,
calles tortuosas, de diversas y variadas dimensiones,
algunas desniveladas; colgando hacia, el río, chapoteando
en los charcos que dejaba la lluvia, cuando su suelo
conocía como empedrado de las más céntricas el adoquín
y los tablones. Mis ojos miraron las maderas color
harapo, los cercados y las casas trasminadas de lluvia,
las rejas herrumbrosas, el río que tiene suicidios,
idilios y faenas, las hortensias más lindas e intensamente
azules de sus jardines particulares, los tilos de
la plaza, cuyas flores medicinales recogían los scouts
en su época propicia.
Allí
viví mi juventud, sus peligros y sus inquietudes.
Hace
ya un tiempo de mayúsculas que fui escolar, que corrí
por las calles, apurada por la hora de mis repetidos
atrasos escolares porque nunca me ha gustado
levantarme temprano—. Aunque hay mucho de inamóvible,
nada es igual. El Liceo de Niñas, no es ya el mismo.
Otro es el edificio y otra la ubicación. Mis profesoras
ya no están. No permanezco allí, sino en los archivos
escolares, con un nombre y dos apellidos, una clasificación
escueta de notas y de conducta y nada más. Es apenas
un indicio de “la inmensidad de mis años juveniles.
Y
aunque tuve lo que puede llamarse “una celebridad
local”, hoy. —lo he comprobado, porque he estado de
paso en Valdivia más de una vez— he sido olvidada.
Soy NADIE. La juventud de hoy no había nacido cuando
yo estaba allá. Algunos que han escrito sobre la vida
intelectual de Valdivia ni siquiera me nombran. Una
vez más se comprueba que los escritores no son tan
importantes como se creen.
El
norteamericano Scott Fitzgerald, célebre autor de
tantas excelentes obras, entre ellas “El Gran Gatsby”,
llevada al cine, que por eso la sabemos más, ha dicho:
“He llegado sólo a ser un escritor”.
Todos
debiéramos decir lo mismo.
A.
publicar mi segunda novela ya era viuda y vivía en
Santiago. Con ella empezaron las grandes equivocaciones.
Para mí, las equivocaciones son injurias. El juicio
privado condenatorio de Amanda Labarca no es tan objetable.
Mi novela de los veinte años era un balbuceo y sólo
la imaginación desbordante de una jovenzuela pudo
generar esa prosa tan pobre de adjetivos, en que el
entusiasmo narrativo era su único mérito.
Pero,
Zona íntima: la soltería (1941), era una novela
escrita con mayores conocimientos.
El
dibujo de la portada. hecho por Huelén, el hijo de
Juan Francisco González, representaba una mujer desnuda
reflejándose en un espejo de agua. Llamarse Zona íntima,
y tener una mujer desnuda en la, tapa, ¿quién podía
dudar de que no, se trataba de un libro pornográfico?
Al exhibirlo, muchos creyeron eso y, por tal motivo,
se vendió.
Ricardo
Latcham dijo en su crítica literaria de “La Nación”,
que yo “era una señora que escribía buscando, palabras
en el diccionario”. Confieso que en el lapso en que
escribí esa novela no tenía diccionario. Ahora tengo
una enciclopedia y un diccionario. No podría defenderme
de tan maligna aseveración, como lo hice aquella vez,
en una mini entrevista aparecida en la revista “Vea”.
Alone
aseguró en “El Mercurio”, que sólo en la página no
sé cuánto “se adivinaba un alma de mujer”.
Explico. La novela, en su tercera parte, es epistolar,
y no siendo autobiográfica, sino analítica, fueron
incluidas auténticas cartas de amor, con muy
pocas variaciones para que se adaptaran al tema tratado.
Lo que indica, que el primer, destino de esas cartas
no fue llenar las páginas de una novela. Si las cartas
de amor que una mujer escribe —buenas o malas literariamente—
no dejan traslucir su alma, ¿qué entonces?
En
la revista “Atenea”, de la Universidad de Concepción,
se publicó un comentario en que se aseguraba que,
el argumento de mi novela derivaba de Henry de Montherlant.
¡Y yo no lo había leído nunca! Lo busqué entonces
para leerlo y saber a quien imitaba y descubrí que
el tema insistente de los libros del escritor francés
era la soltería de las mujeres.
No
necesitaba a Montherlant para documentarme sobre la
soltería. Estaba envuelta en esa asfixia. En mi casa
de Valdivia fui perseguida por las lágrimas y los
fracasos de mis hermanas y sus amores irrealizados.
Y yo misma, había llegado a los veinticinco años sin
casarme. Y eso, en aquellos años, mucho más que en
Francia, en el ambiente, provinciano de Chile, llevaba
cómo marca la insidiosa palabra: solterona.
El
yerro no literario que involucró un cambio en la vida
privada, fue el de. Oreste Plath. Vio llegar a la
Alianza de Intelectuales a una joven viuda, sin hijos
(él también era viudo sin hijos) y creyó en una apasionante
aventura. Yo no era fácil ni apasionante. Cayó en
el vínculo legal. El se encuentra aquí. Pueden preguntarle
cómo le ha ido en los 33 años de matrimonio.
En
el mes de enero de 1976 fui a conocer Magallanes.
Para mí, era una. tierra sin recuerdos, porque me
fui de ella siendo una niña de cinco años.
Llegué
a Punta Arenas, descendiendo de un avión Jet, en un
aeropuerto, habiendo partido de ella cuando no se
habían inventado todavía esos medios de transporte.
Pero
me recibió lo inmutable: el frío, el cielo nuboso,
el paisaje polar en que la claridad estival dura cada
día veinte horas, y vi, a las cinco de la, mañana
la aurora en el Estrecho de Magallanes, en las calles
desiertas, bajo el azul del cielo, sobre los techos
rojos de pintura impecable de las casas puntarenenses.
Y también vi el sol, mayestático, ocultándose recién
a las diez de la noche, posado en el horizonte.
Estaba
en una tierra en la cual había nacido, para la cual
no traía recuerdos enlazados, en la que nací de nuevo,
ya no en el ancestro, sino en los sentidos para mí
más golosos: la vista y el oído.
Conocí
las esquinas del viento, donde para cruzarlas de niña
me llevaron fuertemente cogida de la mano, para que
no me arrastrara. Conocí el clima y el mar de mi olvidada
infancia, la faena de la esquila, el cuadro “perfecto”
de un ovejero con un piño de dos mil ovejas, tres
perros, su caballo y una ovejita acalambrada que llevaba
en los brazos, delante de él, en su montura.
Conocí
el color que da la intensidad de los siglos a los
glaciares milenarios, el ruido del hielo que se parte
y se desprende para caer en una laguna de ensueño.
Vi
los árboles de hojas brillantes y puras, en el aire
natural, sin smog: los, troncos erguidos, caídos o
doblados en las formas más extrañas por la impetuosidad
del viento. Y también los árboles petrificados que
se encuentran en el camino a la. paleolítica Cueva
del Milodón.
Si
hubiera vivido permanentemente en Magallanes, no me
hubiera dado esa visión de belleza. Nada de lo que
es repetido impresiona así. La cotidianidad no presta
esa excitación. Por eso, Punta Arenas fue para
mí un acontecimiento. Y mi observación emocionada
le dio un significado intenso. Le presté esa atención
que se da a todo aquello con lo cual no estamos familiarizados.
Veinte
años viviendo en Valdivia, donde nací literariamente,
y cuarenta en Santiago, no me hacen valdiviana ni
santiaguina. El lugar donde se nace es como la patria:
no hay más que una sola. Las nacionalidades adquiridas
son fórmulas, papeles, disposiciones. Nada ni nadie
puede quitarnos la condición, por fortuita que sea,
de pertenecer al punto geográfico de esta esfera terrestre
y celeste que rueda por la magnitud del Cosmos.
Mi
padre llegó a un mundo sin pasado, donde el presente
había que hacerlo para tener un futuro. Todo era posible
de ensayar. En Magallanes se regalaban hectáreas de
tierra según el número de hijos que se tuviera. Él
tuvo doce y no hizo ningún trámite. No pidió tierras
ni crió ovejas. Criar ovejas era para él poco aliciente.
No tuvo oídos para el tono pastoril. Instaló una carpintería,
construyó casas y muebles Al final de sus años magallanicos
abrió uno de los más grandes salones de patinaje en
ruedas, en una casa de dos pisos, que fue su última
audacia de constructor. Creo que fue la primera casa
de dos pisos hecha en Punta Arenas. Allí me tocó nacer,
y patinar, porque al cumplir yo los dos años, hizo.
unos patines para mis pequeños pies. Yo, no sólo patinaba
desde tan temprana edad. También trasnochaba. Y en
brazos de mi madre, y en la de los asiduos amigos
al bar del salón de patinar, como era una niña tan
mal enseñada, regaloneaba y pedía licor de cacao.
Nada más diferente a mi futura manera, de ser y a
mis preferencias por venir, que el comportamiento
y mi ambiente de infancia. Trasnochaba y bebía alcohol
y no me gusta beber ni trasnochar. Viví en casas siempre
céntricas, porque mi padre dispuso que su familia
habitara donde él tenía su trabajo. Casas, sin árboles
y sin libros. Y me disgustan para vivir las calles
comerciales, tanto como me atraen los árboles y los
libros. Leí en mi pubertad novelas eróticas y me desagrada
el erotismo.
Antes
de ir a Punta Arenas había viajado a Europa, dos veces.
Las circunstancias fueron más favorables para ir a
un continente tan lejano.
En
1966 fui sola a Yugoslavia, al X Congreso de IBBY
(Organización Internacional para el Libro Infantil-Juvenil),
de cuya Sección Chilena era cofundadora y secretaria.
Finalizado
el Congreso, fui a Roma, París, Madrid, Sevilla, Córdoba,
Granada, Alcalá de Henares y Toledo.
En
1971, mi marido —Oreste Plath—, debía efectuar en
Madrid, en el Museo de las Américas, una exposición
de Platería Araucana. Y fui con él.
De
esos viajes tengo escrito un libro que no se ha publicado,
ni se publicará. Ya hay en él mucho de obsoleto que
le resta interés, especialmente tratándose de España.
He
aquí algunos párrafos referentes a Yugoslavia:
Europa
irrumpió ante mí en el sol de España, en un amanecer
contemplado desde el avión. Mi reloj había perdido
su exactitud. Se había transformado en inexacto. Señalaba
las 3 de la mañana de Chile y eran las 7 de la mañana
de España. Yo tenía deseos de dormir y era hora de
despertarse, Había dejado en mi país la primavera
y me recibía el otoño.
Continuando
la ruta aérea, cambiando dos aviones más, seguí pasando
sobre el diseño geográfico de Dios (las montañas,
los bosques, los ríos, los mares), sobre el diseño
de los hombres (las ciudades), hasta llegar a Yugoslavia.
Avancé
hacia lo indefinido. A un tiempo me acosaron cientos
de impresiones.
Entré,
a Yugoslavia, el país de origen de mis padres. Eran
las 8 de la noche. Entremedio de las extracciones
que habían hecho de mí otras costumbres, otras comidas,
otro idioma, otro clima, sentí en mi sangre, que estaban
mis antepasados. Había volado un día, una noche y
otro día. Cansancio y sueño. Dormir, dormir en otro
continente, bajo otro cielo. Dormir.
En
la primera mañana del mundo socialista me levanté
temprano a mirar por la ventana. Enfrente se estaba
construyendo un edificio de muchos pisos. Era la parte
moderna de Zagreb. Un tranvía eléctrico con acoplado
iba pasando. Un reloj marcaba la hora en la esquina
más cercana. Era la capital de Croacia, región de
mis padres, pero no era el mundo que ellos vivieron,
aunque una niña acababa de salir de la puerta de una
casa, para pasear a la muñeca que llevaba en sus brazos,
repitiendo un gesto ancestral.
En
la tarde, paseando por Zagreb, buscando donde comer
algo, encontré strudel, postre, tan austriaco-alemán
como yugoslavo, introducido seguramente bajo el Imperio
Austro-Húngaro, en aquel entonces en que Francisco
José era el emperador de esas regiones. Fue el postre
predilecto de mi infancia, el postre hecho en Valdivia
con la prolijidad de los quehaceres alimentarios que
tanto fascinaron a, mi madre, y cuyos resultados —cuando
se trataba de guisos chilenos—, tenían un sabor diferente,
como un idioma extranjero que por bien que se aprenda,
tiene una modulación atávica imposible de destruir.
Cuando
dejé Zagreb, para ir a Ljubljana, capital de Eslovenia,
el autobús me llevó durante casi dos horas por una
espléndida ruta asfaltada. La vegetación no estaba
seca, ni quemada, ni polvorienta, como en los paisajes
de fin de verano, que estamos acostumbrados a ver
en la zona central de Chile. Fresco, colorido, de
pasto muy verde, con casas de factura idéntica. Un
paisaje favorecido por el clima lluvioso de Yugoslavia,
y por la total ausencia de letreros comerciales.
La
ciudad de Ljulbljana es elegida seguidamente para
congresos internacionales, porque tiene recintos habilitados
para ello, con fonos de traducción simultánea y otras
exigencias. Las reuniones. se efectuaron en el Slovenia
Magistrat (Intendencia de Ljubljana). El suntuoso
recinto. ¡Qué pisos! ¡Qué puertas! ¡Qué paredes!,
había sido hecho para cobijar emperadores, emperatrices,
noblezas ya desaparecidas. Y en 1966 deambulaban con
sus vestimentas y con sus ideas para debatir El Nacimiento
de un Libro Infantil, escritores, críticos, profesores,
bibliotecarios, traductores, dibujantes, editores
de literatura para niños de dieciséis países europeos,
tres iberoamericanos y Estados Unidos.
Aparte
del Congreso, cuál es la realidad yugoslava que yo
vi. Innumerables conciencias y sensibilidades han
transformado el acontecer, ese acontecer misterioso
hasta para aquellos en quienes recaen los acontecimientos.
Las
revoluciones son el “no puedo más”, una fuerza que
destruye lo que ya no se puede soportar. Todas las
revoluciones se han llevado a cabo para romper encadenamientos,
para alcanzar algo hasta entonces vedado, para derrocar
o destruir ciertas cosas e implantar otras.
Otras
son las significaciones en Yugoslavia, otros los significativos.
Ya no son los reyes, sus dinastías, su poder, sus
riquezas. Los privilegiados son otros. Y ese vuelco
ha demostrado que otros seres, no por herencia familiar,
pueden ser importantes, dirigir. Como nadie es insignificante
a otros le han tocado las significaciones. Se ha aprendido
a vivir con poco dinero, sin hacer dispendios, deslustrando
el brillo superfluo de tantas prácticas. Los becarios
—al menos los estudiantes chilenos que conocí— recibían
una insignificancia en dólares y aseguraban que con
ello, se pasaba bien. Se educa en el sentido de que
no exista el ansia de poseer, de atesorar. La influencia
de los avisos comerciales no existe. Nadie compra
algo tentado por un aviso sugerente. No se sugestiona
con avisos a comprar lo innecesario.
La calle Miklosiceva fue mi andar de todos los días.
Ahí vi pasar, al alcance de mi mano, de pie en automóvil
abierto, a Tito y al Presidente de la Alemania Democrática.
El mariscal Tito iba sobriamente vestido con un sencillo
impermeable negro. Las condecoraciones que en otras
oportunidades luce en su pecho estaban ausentes. Yo
portaba mi máquina fotográfica cuando pasaron los
dos presidentes. Pero, como no retrato presidentes,
ocupé el momento preciso en fotografiar a un niño
yugoslavo que los recibía con un gran letrero de saludo:
DOBRODOSLA tov., W. ULBRICHT in tov. TITO (Bienvenido
camarada Walter Ulbricht y camarada Tito).
No
soy la reina de Gran Bretaña, para que a mi paso pinten
ventanas en casas que no las tienen, para impresionarme
favorablemente y ver, lo bien que está mi reino.
Lejos
estoy del zar de Rusia, para quien se pusieron. casas
de cartón en los campos despoblados por donde pasaba
su carruaje.
Ni
el paisaje, ni las personas, ni los hechos se disfrazaron
para mí.
Antes
del adiós a Yugoslavia, vino como regalo el conocimiento
turístico de la parte de Eslovenia, que llega hasta
el mar.
Conocer
el mar Adriático tuvo para mí una especial emoción.
Mis poros embebieron algo del pasado en el que habían
vivido mis padres. Lo toqué y era tibio como siempre
ellos, repetían. El panorama era subyugante.
Yugoslavia
es hermosa. Sin ser selvática, la vegetación frondosa,
exuberante y la tierra, junto con la variedad de los
vegetales da tonos intensos. El mar Adriático es tranquilo,
tiene como una intimidad casi exclusiva de Yugoslavia,
tanto que en el extranjero al formar grupos de algo,
los denominan con el nombre del mar. En Santiago de
Chile, el coro se llama “Jadram”, la sociedad de beneficencia
de señoras “Jadranska Vila”.
Me
hubiera gustado quedarme más tiempo en Yugoslavia.
Para siempre no. Las excelencias de Yugoslavia no
son para mí. La sentí ajena a mi destino. Estaba contenta
de haber podido conocerla, y de estar de visita en,
los lugares que recorrí. El primer día se llora de
contemplar tanta belleza. Pero, en los días subsiguientes,
se llora por no poder soportarla, si no se tiene dinero,
amigos, trabajo, quehaceres, distracciones, vida personal.
Cuando
vi la película Alicia ya no vive, aquí, en
que la protagonista, por diversos motivos, cambia
tres veces de domicilio, me pareció inadecuado el
título. ¿Por qué? Porque yo, en mi vida santiaguina,
me he cambiado veintidós veces: 8 en el primer matrimonio,
6 en la viudez, 8 en el segundo matrimonio.
A
mí sí, que en la película de mí transcurrir, me vendría
el título: Pepita ya no vive aquí.
Y
pensar que lo más anhelado es haber tenido el refugio
de una casa propia y no haberme mudado jamás. Sólo
que como tengo afición de decoradora, habría cambiado
muebles, cortinas, objetos, el color de las paredes,
algo así corno el proscenio de un teatro fijo, en
que la escenografía se adapta a lo que allí está aconteciendo.
Y sobre todo la luz, adecuar la luz para embellecer
los ambientes, los rostros y los momentos del vivir.
Else
Lasker-Schüler —escritora y poeta judía-alemana— ha
expresado lo que se identifica con mi ansia permanente
de rodearme de lo que siento mío y de mi gusto: “El
pellejo, la piel del Hombre es su casa... Nunca, viviendo
como locataria en edificios de piedra ajenos... mi
cuerpo y mi alma encontraron reposo”.
He
dicho tantas y tan desemejantes cosas. Quizás alguien
quiera saber si tengo hijos no literarios.
Como
Oreste Plath y yo éramos viudos sin hijos, para compensar
tal deficiencia, al casarnos, tuvimos mellizos —hombre
y mujer— que ya han cumplido treinta años.
He
tratado de ser la menos estorbante de las madres.
Y ellos son los menos estorbantes de los hijos. He
cultivado el alejamiento que deja hacer hasta lo que
no quiero que se haga. Mis hijos no son Yo. El vientre
materno sólo es encierro mientras el hijo no nace.
Ya en el mundo ha de desprenderse. La sustancia de
la vida de un hijo configura la capacidad generativa
y dadora de la herencia. Pero, su. encarnación, no
es motivo para una salvaje propiedad.
Entre
todo lo que soy —o podría haber sido—, lo más esencial
es que soy escritora, sensitivamente, emocionalmente,
cerebralmente.
Llegué
a ser escritora porque el ansia de expresar formaba
parte de mi índole. Escribir es una necesidad desesperada.
Sólo que al principio no tenía el léxico suficiente,
ni amaba las palabras como las amo hoy, con el enriquecimiento
del lenguaje y del pensamiento.
Puedo
decir que todo lo que publiqué antes de MultiDiálogos,
fueron páginas en agraz: antes de sabor y tiempo.
De entre ellas, tal vez prefiera “Walt Whitman,” cotidiano
y eterno”, ensayo biográfico que es una Separata de
los Anales de la, Universidad de Chile (1942). “Sombras
y Entresombras de la poesía chilena actual”, (1952),
insinúa el escarbamiento mental que predispone a búsquedas.
“6 Cuentos de Escritores Chilenoyugoslavos” (1960),
se hizo por el Instituto Chileno Yugoslavo de Cultura,
con motivo del sesquicentenario de Chile, para destacar
a intelectuales descendientes de los pioneros yugoslavos
y ellos configuran la razón de este libro. Después,
el no haber llegado a la imprenta durante 17 años,
tuvo sus motivos y no fue el haber dejado de escribir.
En ese lapso rompí una novela que tuve guardada quince
años y que me dejó de gustar. Se llamaba “Una mujer
escucha”. Terminé un libro de viajes, “12 millones
de segundos en Europa”, y mil páginas de MultiDiálogos,
de entre las que elegí doscientas. Son las que recién
(1978) ha publicado Nascimento: De otros asuntos que
trato con mis dialogantes cómplices, podría reunir
material suficiente para varios libros más.
La
estructura de los MultiDiálogos podría definirse como
poca literatura y mucho pensamiento. Acosada por reflexiones
y lecturas decantadas, esgrimo en forma recurrente
diversidad de conceptos. Fabrico los diálogos silenciosos,
vastos y ricos, donde no estorban los posibles desagrados
fisicos. Atraigo hacia mí, libremente, a personas
hace tiempo desaparecidas y a tantas existentes con
las cuales jamás me encontraré, más que a otras con
quienes he dialogado en forma directa.
Para
leer siempre busco papel y lápiz, igual que para escribir,
porque generalmente copio de lo que leo o sobre lo
que leo. Eso me ha hecho multidialogante. Mi libro
MultiDiálogós refleja esa característica. Puedo hacer
ese tipo de redacción porque copio, retengo, guardo,
analizo, medito.
El
pasado, la muerte, desaparecen, porque traigo a mi
presente seres que ya han dejado de existir, niños
que han crecido. Las distancias se pierden, porque
dialogo con astronautas soviéticos, con pensadores
italianos. Los trechos geográficos se eliminan, los
trayectos no cansan. El acercamiento es lo único que
cuenta. Los MultiDiálogos no son críticos,
sino analíticos. Son una búsqueda intelectual en temas
predilectos. La identificación con lo que se escucha
y se lee es su línea directriz. Y la retentiva es
su motivo. Como es mucho lo que se olvida, esta manera
de escribir es un desafío contra el olvido, un atesorar
con ansia lo qué no se quiere olvidar.
Los
magallánicos tienen la característica de ser escritores
zonales. Yo no lo soy. Mis intereses no empiezan ni
terminan en una zona, ni siquiera en una época. Me
acerco con la misma atención a Plotino (del año 200),
que a Julio Cortázar (de estos años que se acercan
al 2000).
Para
mí, los, libros inéditos no son el futuro feliz. El
libro inédito es una esperanza si se confía en él
después. Pero, aunque siempre es posible esperar mientras
queda vida, para mí el porvenir solo puede proyectar
la débil esperanza de una desesperanzada.
El
mérito del escritor reside en que lo editen y lo lean.
Lo peor es cuando esto no sucede a tiempo.. Espero
que no haya una vida de ultratumba; en que estemos
informándonos de lo que sigue sucediendo en la tierra.
Sería para mí el peor de los castigos saber que he
perdurado y que a destiempo brillo con lo que no se
me dio como goce terrenal.
No
creo ser materialista, pero nunca me ha interesado
el más allá, sino el más acá: los días, los minutos,
los segundos de esta vida. Y en esta, consideró que
ya no tengo futuro. El anatema de lo que me queda
por vivir es que ya TODO ES DEMASIADO TARDE.
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